The following remarks are intended as a capsule summary of the past decade in architectural theory from a radical humanist perspective, focusing on the link between architecture and social structure. My goal is to raise some questions about what architecture “with people in mind” might entail.
Me parece que muchos arquitectos comparten esta visión humanista. En Puerto Rico han habido -y todavia hay varios que han intentado construir estos espacios inclusivos, en el sentido de que los que los habitan no están exentos en todo el proceso de diseñar una estructura.
Sin embargo, creo que hay muchos más que quizás no tienen estas nociones, o no las comprenden en su totalidad.
Tomemos el ejemplo de la ventilación cruzada y los techos altos. Las estructuras domésticas de hace cuarenta años, pensadas para el trópico, y por consecuente para el que vive en el trópico sin aire acondicionado (en ese momento histórico era raro que una familia de clase media tuviera semejante aparato) , debían asegurar que la vida en la residencia iba a ser lo más cómoda posible dentro de la realidad climática. Es algo sumamente lógico, en realidad. El diseño es un servicio, y por tanto, la base del mismo es resolver o evitar problemas. Con la ventilación cruzada y los techos de doce pies -que ahora se consideran un lujo- las personas podían vivir apaciguablemente.
Our concern was with making places for people, with justifying formal and functional decisions by explaining the quality of life they would produce.
La lógica de esta aseveración es latente. Sin embargo, en Puerto Rico, mientras existían ejemplos de arquitectura pensada para la gente, el nacimiento de la urbanización, específicamente en Puerto Nuevo y Levittown; además de la construcción de los expresos, todos consecuencia del periodo de “modernización” post Estado Libre Asociado, o ELA, por sus siglas, no compartían el mismo pensamiento. No resolvían el problema. Se resolvían otros problemas, que a su vez, crearon nuevos problemas, ajustes en nuestra manera de habitar la residencia.
Cuando se empezaron a construir las mega-urbanizaciones entre las décadas de los cincuenta y sesenta, alejadas del casco urbano, dependientes del expreso que uniría gente y espacios por medio del auto, se tomaron decisiones en la construcción de las mismas. Los techos se bajaron a ocho pies. La calidad de las ventanas y puertas era inferior. No se tomó en consideración la ventilación cruzada.
Las residencias contemporáneas, las cuales parecen -y son- cajas, son aún menos habitables. Son sumamente calurosas, si son townhouses, están sumamente pegadas unas de las otras, causando una especie de claustrofobia colectiva que impulsa un detrimento en la sanidad mental del individuo y la sociedad en la que éste vive. Con espacios verdes cada vez más limitados, y una familia de cuatro adultos en la que cada uno tiene carro y los mismos se aglutinan en donde se pueda porque la calle es demasiado estrecha por mala planificación, es un aspecto de nuestra realidad que afecta el sentido humano del ciudadano, del residente.
Mientras más se encierre en cajas, menos tolerancia tiene.
As we noted in Touchstone, a student publication of the period, “Our goal, in the face of a widespread affliction which could be called dehumanization, is to restore to man his home, his community, and to daily events in the lives of human beings their fundamental position as center of the universe.
For many, the fact that our political awakening occurred during our years at architectural school produced a logical attempt to combine social goals with architectural practice.
As our search drew us back into the study of architectural history, which we had some- what neglected during the heady days of student activism, we became familiar with the extraordinary role played by German architects in the 1920s in tying architectural practice to social activism. The link between radical departures in architecture and radical changes in social structure was clarified and exalted.