Para tratar de estar un poco en el loop, estoy suscrita a varias listas de correo relacionadas a los temas que me interesan y aplican tanto a mi práctica profesional puntual como a mis intentos de entrar nuevamente al mundo académico. Una de esas listas publicó una entrada que me llamó mucho la atención. Al parecer, se está tratando de cerrar el archivo de Diseño Industrial de Alemania Oriental, localizada en Berlín, y la Sociedad de Historia de Diseño (GfDg) está haciendo un gran esfuerzo para evitarlo. Además de expresar su sentir públicamente en la página web de la organización, el mensaje se difundió en la lista de correo mencionada anteriormente, en la cual están suscritos diseñadores, profesores e investigadores de diseño alrededor del mundo. Las respuestas en apoyo al pedido de la organización fueron inmediatas, y no es para menos.
A mí la historia me suena demasiado conocida. La fascinación de los gobiernos por borrar ciertas partes de la historia de sus países es espeluznante. Recuerdo que un amigo estuvo haciendo un internado en la Oficina Estatal de Conservación Histórica y me comentó de cómo había material del siglo 19 guardado en bolsas plásticas. Para la huelga general de la Universidad de Puerto Rico en contra de la cuota de $800, recuerdo que en algún momento no había luz en el Recinto de Río Piedras -decían que la Policía había tumbado la electricidad para que los estudiantes que estaban acampando ahí se vieran en condiciones lo suficientemente precarias para irse- lo que podría afectar la colección de libros raros de la Colección Puertorriqueña del Sistema de Bibliotecas, además de afectar obras del Museo de Historia, Antropología y Arte del Recinto de Río Piedras. También recuerdo haber estado en una mesa redonda en la cual habían diseñadores que trabajaron en el Concilio de Diseño, comentando de cómo tuvieron que botar muchos de sus archivos cuando cerró el mismo. Contaban jocosamente, pero con mucha pena, cómo mucho del material era llevado a un “archivo circular”, que no era más que otra manera de decir que iba directamente a la basura.
Mi reacción ha sido una mezcla de asombro, coraje e impotencia. Sin embargo, luego de analizar el panorama más a fondo, puedo comprender que la conservación de la cultura en Puerto Rico ha sido un proyecto casi fallido. El ‘casi’ hay que destacarlo, porque estoy más que consciente de los intentos individuales y cuasicolectivos para salvar objetos, documentos, entre otros. Sin embargo, me parece que los esfuerzos han sido desorganizados, espontáneos, faltos de estrategia y proyección a largo plazo. Obviamente, el hecho de que el gobierno del país quiera eliminar la cultura por completo no ayuda. Para una nación sin estado, que aún carga con un gran bagaje colonial y opresivo, el reto es titánico, más sin embargo, no imposible. Creo que podemos abordar este problema si nos unimos y nos organizamos, tal como lo ha hecho la Sociedad de Historia de Diseño. Es cierto que vivimos en la periferia, pero eso no nos imposibilita el actuar con este tipo de situaciones. Hay que hacer algo para que podamos salvaguardar lo poco de historia cultural que nos queda. ¿Quién se apunta?