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Como se diseñó y como se usa

comosediseno_img El multi pisos de mi condominio tiene un diseño modernista. Su concepto fue desarrollado por Kenny & Co. de Nueva York y diseñado por la firma de arquitectos Edward Larabee Barnes junto a la firma de ingenieros arquitectos Reed, Basora, Méndez -luego Reed, Torres, Beauchamp y Marvel ¹. La estructura es en forma de espiral, con bajadas en el centro. El único defecto (y es debatible) es el techo bajo, que a su vez hace un efecto particular en el cuerpo, tanto al conducir el auto como al caminar en la estructura. La vía es en una sola dirección, lo que implica que si te estacionas en el tercer piso, tienes que recorrer los extremos para poder llegar a tu destino. Aunque tengas una rampa por la que pudieras subir y “cortar” para llegar más directamente a tu espacio, no se supone que sea así porque el conductor tiene el derecho de conducir en el medio de la vía. Independientemente de que “quepan” dos autos por la extensión de la rampa—lo que tiene sentido para un estacionamiento—la estructura no fue diseñada de esa manera.

Sin embargo, tengo que admitir (con un poco de vergüenza) que he usado el estacionamiento de manera incorrecta. Lo curioso del asunto es que no ha sido a propósito, y que no tenía conocimiento de estar haciéndolo de esa manera hasta que un domingo por la mañana estoy subiendo la rampa entre el segundo y el tercer piso, y un vecino me toca bocina y se para en seco. Me regaña, pero me explica que yo no estaba siguiendo las instrucciones porque simplemente el multi pisos no se había diseñado así.

Creo que me tomó alrededor de dos segundos identificar cómo mi emoción se transformó de estar molesta por la actitud de mi vecino al dirigirme la palabra de esa manera, a alegrarme de ver que la utilidad y la usabilidad ² de la estructura fue validada. Esto se me hizo muy raro porque estoy acostumbrada a ver cómo los objetos se prestan para usos que desafiaron su propósito original. Como diseñadora, es algo a lo que le presto mucha atención diariamente.

Y es que en realidad no hay nada de malo en desafiar el diseño original de un objeto, una estructura o una estrategia. Muchas veces es ese “reguero” (como mi director de maestría describía el programa que estudié) el que desemboca en conversaciones que promueven nuevo conocimiento, y fomentan acción sobre ello.

Ahora puedo decir que el 95% de las veces estoy consciente de usar el multi pisos de la manera en que fue diseñado. Hay otras veces que el hábito de hacer lo contrario por tanto tiempo me lleva a ir al revés, lo que me ahorra un poco de tiempo pero a la vez me expone a tener un accidente. Sin embargo, en el tiempo que llevo viviendo aquí, no he tenido ninguno, y no soy la única que sube en vez de seguir hacia la izquierda. Si hay múltiples maneras de usar algo, no le resta valor, al contrario, te da más información sobre el contexto en el que habita. Te cuenta la historia de los que la rodean.

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Próximos pasos

Esta frase es una que digo constantemente en mi trabajo. Al ser responsable de la producción de varios proyectos, una de las claves para definir qué, cuándo y quién lo trabaja es ver los pasos en orden. Si esto no se hace, es muy fácil perder el hilo, y por consiguiente, perder tiempo. En mi campo de trabajo, eso no es una opción. Así que parte de mi labor radica en tener bien claros los próximos pasos de todos los proyectos, a quién le tocan, cuándo los tienen que terminar, porque si hay dependencias, se pueden atrasar si un paso está tarde. Esto es manejo de proyectos 101, pero de igual forma me gusta “vomitar” el conocimiento adquirido—y digerido—por si le sirve a alguien en el futuro.

En la inmediatez del tipo de proyectos que trabajo, no hay mucho espacio para hacer forecast muy a largo plazo. Yo estoy mucho más envuelta en el día a día, lo que está muy bien, pero a veces siento que estoy aplicando el carpe diem a aspectos que no funcionan.

Proyectos como este blog son uno de esos contenders, en los cuales un plan a mediano/largo plazo es necesario. Es más, ya estoy un poco pasa’ de tiempo. He hecho varios intentos por organizar la cosa, fui a la farmacia y compré post-its gigantes que tengo pegados a la puerta del cuarto para acordarme que hay algo por ahí que se llama la cartuchera, algo que quizás tiene posibilidades de crecimiento. Si este fuera un proyecto de mi trabajo de 9 a om, estaría On Hold en Basecamp.

Me pregunto si es el momento para, otra vez, “retomar” el blog. Quizás puedo ir más en serio buscar colaboradores para llenar la cartuchera de otras cosas, otros temas, otras voces, otros puntos de vista. Para mí sería algo ideal.

Mientras, sigo trabajando en esos pasos, afinando, tachando y asignando números a ese post-it gigante pegado a la puerta del cuarto.

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Molestias visuales

Las noches en mi país nunca han sido muy claras, especialmente en el área metropolitana en la que vivo. Sin embargo, recientemente me he encontrado con espacios prestados a pantallas publicitarias que alumbran más que la aurora, o las luces del Estadio Hiram Bithorn. Me parece que la intensidad en la que enseñan los anuncios es exagerada, porque no han sido pocas las veces que me he quedado “cegada” por tal o cual anuncio que vi en el edificio de la Autoridad de Edificios Públicos—si suena irónico, es porque lo es. Estas pantallas digitales son sumamente peligrosas para los conductores, irresponsables en su manejo de la intensidad de la luz, lo que puede causar terribles accidentes automovilísticos y afectar la vida de los residentes que estén “bañados” de luces, como los dos condominios cerca del billboard en los predios de la Administración General de la Universidad Interamericana y contaminantes a la vista en general, al cielo y a la planificación urbana que está medio M.I.A. en este asunto.

Entiendo que estos últimos, al igual que arquitectos, funcionarios y demás profesionales directamente atados a velar porque el panorama del país sean sus cielos, sus valles, sus montañas… No sé en qué posición queda esto en su lista de prioridades, pero me preocupa que nadie le esté prestando atención a esto.

Hay muchos países que tienen regulaciones severas sobre la proporción de publicidad digital en las vías públicas. Este país no parece tener ninguna, aquí parece ser the more, the merrier. Esto me molesta pero en principio no veo una amenaza de alto riesgo. Sí es preocupante ir cubriendo nuestra ventana a la naturaleza con vallas digitales y análogas que enseñan producto tras producto. Menos cielo, montañas, valles, cosechas, playa. ¿Realmente vale la pena tener tantos?

Los que sí me preocupan son aquellas vallas digitales que parecen estar desreguladas, tan brillantes sus pantallas que pueden cegar a cualquier conductor y tener un accidente. Créanme, no necesitamos más distracciones en esta jungla, ya nosotros guiando como locos es más que suficiente.

¿A dónde me quejo? ¿Cuáles son los próximos pasos? Si sabes algo que yo no sé que pueda ayudar a este problema, déjame saber.

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Es la historia de una teen geek…

En el 1998, descubrí el fenómeno del internet. Mi mamá compró una Compaq Presario, se suscribió a Coqui.net, con una conexión dial-up que hacía el ruidito más freaky y cool del universo. La única falla era que no podía hablar por teléfono a la misma vez que navegaba. Pensar en eso en el 2012 debe darle miedo a par de gente.

Sucede que, al parecer, el internet ese me gustó tanto que pasaba incontables horas en él, no sólo navegando, sino diseñando páginas. Teníamos un printer barato -de esos que lo hacían todo por un tiempo y después no hacían nada- que trajo una versión limitada de Photoshop. Para mí, eso fue Navidad. Empecé a hacer backgrounds, botones y layouts que programé en HTML, CSS y JavaScript. También llegué a hacer iframes, pop-ups, y otras cositas así, de lo más chulas, siendo una teen.

Era todo bien emocionante porque había un corillo de gringas que, al parecer, compartían mi pasión por hacer páginas web bien cool, pero tenían la ventaja de tener dominios propios. Ellas crearon una especie de elite en el que se convertían en curadoras de todas las páginas montadas en los Angelfire, Geocities y Tripod de la vida que podían tener un poco de sentido estético más allá de textos marquee, gifs coloridos y sonidos al entrar a la página. Yo me propuse ser parte de la elite, y lo logré. Dos veces. Estaba orgullosa.

Me da una pena inmensa no tener material de esos tiempos. Recuerdo haber hecho cosas bien nítidas, modestia aparte. Los mejores días eran aquellos en los que podía pasar entre 10 a 12 horas generando imágenes, navegándo páginas, leyendo código, aprendiendo, y aplicando todo el conocimiento a mis páginas.

El follón me duró como dos o tres años. A los dieciseis, era muy rebelde para el diseño web. Lo seguía usando obsesivamente, pero prefería usar Messenger, escribir en el foro de Pulsorock y bajar música por Napster que escribir código.

Y así pasaron los años. Entré a la universidad, y decidí estudiar diseño. A los tres años de haber empezado, tuve la oportunidad de trabajar en una agencia intramuros en la que tuve gratas experiencias y un caudal de aprendizaje de cómo iba a ser el “mundo real”. Varios de esos proyectos tenían aplicaciones web. Recordando mi etapa de adolescente pseudoprogramadora, pensé que podía manejarlo y ser “la más dura”. Sin embargo, la realidad de lo rápido que cambia la tecnología, y en especial el diseño web, me dio una senda galleta.

El cambio fue abrumador. Un gran porciento de los comandos que conocía habían cambiado. Las cosas se hacían de otra manera. Habían “chulerías” que estaban bien obsoletas. Ya el dial-up no era cool. (Este último siempre lo tuve presente).

Fue entonces cuando tomé el reto de refrescar, en la medida que se me hizo posible, y sin educación formal al respecto, mi conocimiento sobre diseño web de la mejor manera que pude: trabajando. Sin embargo, nunca sentí que dominaba el campo por completo porque sabía que lo que estaba aprendiendo en un momento determinado, iba a cambiar demasiado rápido. Era un poco frustrante y excitante a la vez. Y el hecho de que tenía que trabajar en los proyectos me obligaba a tener que aprender algunas cosas.

Nunca voy a olvidar el proyecto en el que aprendí un poco de Plone. Uno de los proyectos de la agencia se iba a trabajar con este sistema de manejo de contenido híperrobusto. Ésta fue mi primera aventura cerca del fenómeno de Silicon Valley. Me enviaron a tomar un entrenamiento con los verdaderos geeks, en San José, California. Yo estaba tan nerviosa como entusiasmada de estar ahí. Después de haber estado en un estado de tortura extrema por seis meses, comparando a Plone, Zope y Python con los tres cantos de La Divina Comedia de Dante, no parecía tan complicado hacer ciertas cosas. Pero ojo, en realidad sí lo es. Programar código es un oficio meticuloso, no todo el mundo sabe cómo entrarle. En mi opinión, es una maravilla. La cantidad de cosas que puedes hacer con programación sigue in crescendo y sorprendiéndome cada día más.

Estoy actualmente completando un proyecto muy interesante, en el cual se usó la progración para generar un juego nuevo. Nunca me hubiera imaginado, hace catorce años atrás, que seguiría siendo una geek amante del código.

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¿La profesional?

OK, lo acepto. Soy una novata para muchas cosas. No sé usar un documento de Excel propiamente. No tengo idea de lo que significan muchos acrónimos en el mundo de la publicidad, el cual estoy estrenando recientemente. Es la primera vez que tengo la responsabilidad de manejar el tiempo de otras personas. El rol que he asumido hace un par de meses es uno de inmensos retos. Tengo la confianza de poder demostrar en esta nueva posición, la pasión y el empeño que siempre he intentado implementar en mi corta carrera profesional.

Es obvio decir que los comienzos siempre son difíciles. En mi caso, estoy llevando muchos comienzos simultáneamente, tratando de barajar todas las fichas lo mejor que puedo. No está de más estar consciente de que los errores son mi pan de cada día, y de que fracasar es una posibilidad. No sería la primera vez que me sucede. Creo que puedo comparar esta fase de mi carrera con mi proyecto de Seminario para completar el Bachillerato, en el que por poco me cuelgan. Todavía no sé si fue por pena, pala o suerte que no lo hicieron. Pero en realidad, no hubo un sólo momento de aquél año académico en que mi esfuerzo haya mermado. Hice todo lo que pude para que el proyecto se diera. Y lo logré terminar. Para la Exhibición de Graduados, la pieza estuvo ahí, el público la vio, pocos la criticaron constructivamente (y honestamente). Mi mayor crítica, como siempre, fui yo. Una semana después, destruí la pieza y dejé todo el material en el área del Patio de Escultura para que otros estudiantes pudieran usar toda esa madera.

¿Madera? Sí, madera. Mi proyecto consistió en construir tres cuartos que se iban haciendo más pequeños. El propósito del proyecto era transmitir la incomodidad que experimenta una persona obesa socialmente. Fue un proyecto totalmente colaborativo, en el que tuve la ayuda de arquitectos, escultores, diseñadores de modas, constructores, profesores, compañeros de clase, familiares, amigos, y conocidos. Debo confesar que si hay alguien que no es handy en éste planeta, soy yo. Y es que a mí me toma un tiempo internalizar las cosas. Cuando me di cuenta en lo que me había metido, ya estaba a mitad de camino. Como estoy acostumbrada a ser una over-achiever, no podía abandonar el proyecto. Como la famosa frase de Apollo 13, fracasar no era una opción.

Unos años después de picar madera, estoy más segura de que fracasar es, solamente, una manera maravillosa de aprender. Es la única manera que te va a permitir estar aquí y en el ahora. Hoy estoy dispuesta a permitirme fracasar y cometer todos los errores posibles. Nada de eso me quita lo bailao’. Y al que no le guste, que bregue con eso.

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Los cabos sueltos

Hoy se celebra un referéndum en mi país, Puerto Rico. El mismo cubre dos aspectos que van a marcar radicalmente la vida tal como la conocemos. Cito al reglamento de la Comisión Estatal de Elecciones:

El domingo, 19 de agosto de 2012, se efectuará un Referéndum con dos
consultas. En la primera se someterá a votación del pueblo de Puerto
Rico una propuesta de enmienda a las Secciones 2, 3 y 7 del Artículo III
de la Constitución del Estado Libre Asociado de Puerto Rico, a los fines
de reducir el número de legisladores en la Asamblea Legislativa. En la
segunda se someterá a votación la propuesta de enmienda a la Sección
11 del Artículo II de la Constitución de Puerto Rico, a los fines de
otorgarles discreción a los jueces para conceder o denegar el derecho a
permanecer en libertad bajo fianza a los acusados de cometer ciertas
modalidades de asesinato.

Apenas recuerdo el último referéndum al que le presté atención. Ya que trato de no pecar de ser ignorante, y teniendo los recursos inmediatos para refrescarme la memoria, he encontrado enlaces e información sobre el referéndum del 1994. He descubierto (en mi ignorancia) que era demasiado parecido al que se está dando hoy. Para ese tiempo, yo no tenía la edad suficiente para votar. Realmente no lo recuerdo bien. Creo que el primer proceso político que recuerdo claramente fue el plebiscito del 1998. Me imagino que será porque, siendo adolescente, tenía un poco más de consciencia sobre la mezcolanza que fácilmente describe la política puertorriqueña. Poco después, en el 2000, tengo un vago recuerdo de haber sacado mi tarjeta electoral en la escuela superior, sólo por el hecho de que estaban demasiado accesibles en la biblioteca, y cogerse un break de alguna de las ocho clases diarias nunca estaba de más.

Yo nunca he creído en ejercer el voto en una colonia, o fascímiles razonables. Es por esto que nunca usé mi tarjeta electoral. Recuerdo habérsela regalado a una amiga; ella me la pidió (al parecer le gustaba coleccionar identificaciones, quién sabe para qué) y yo se la di. No tengo reparos en decir que se la di porque pensé que nunca la iba a tener que usar.

Doce años después del break de la biblioteca, me veo en la necesidad de haber activado mi tarjeta antes del 30 de junio del presente año para poder votar hoy. Mi tarjeta lleva inactiva desde el 2004, según me comentaron en la Comisión cuando llamé esta semana para ver si de casualidad tenía un chance de votar, así, tardísimo, como estamos acostumbrados a hacer las cosas aquí. Esta vez no tuve break. No puedo votar.

Sí, estoy consciente de la propaganda, las noticias, los status de mis amigos en las redes sociales… Todo eso me hizo ruido, pero un poco tarde. Me pregunto si el ruido hecho fue suficiente, si el diseño de la propaganda fue efectivo, tanto de un lado como de otro, si las instrucciones para activar las tarjetas a tiempo estaban lo suficientemente claras, si los billboards llamaron la atención de la mayor cantidad de gente posible, si cubrieron los targets deseados… A mí no llegaron.

Quiero aclarar que no soy apática ni hedonista; sí me importa el país, sí me importa tener derecho a fianza de ser acusada de un delito, me parece que reducir la cantidad de escaños en la Legislatura no es, a la larga, la mejor decisión. Aunque no crea en el sistema político, vivo en el país, y estas decisiones me afectan directa e indirectamente. Así que quisiera poder atar los cabos sueltos; quisiera instar a todos aquellos que sí tienen break de votar, a hacerlo. También quisiera darle una recomendación a la Comisión Estatal de Elecciones: nos deben dar más break. Si tuviera la oportunidad de votar hoy, lo haría, pero sé que si me meto allí a tratar de votar como Juana por mi casa, me van a arrestar, y quién sabe si luego tenga derecho a fianza.

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“Corto y cierto”

Por cada pensamiento que expreso, sea hablado o escrito, tengo al menos treinta más en la cabeza. Los trato de ignorar, pero es prácticamente imposible. Recientemente, he estado reflexionando mucho sobre mi nuevo rol profesional, en el cual admito tengo muy poca experiencia, pero estoy aprendiendo con gran intensidad y entusiasmo. El ritmo que he adoptado en las últimas semanas me ha hecho tener que asumir el rol “a rajatablas”, y es hoy que me doy cuenta que estar listo es una ilusión muy equívoca. Yo tenía una idea de lo que implicaba tener que resolver problemas, al menos como diseñadora, lo tenía dominado hasta cierto punto. Ciertamente, este mes me ha tomado desprevenida. Trabajar de cerca con la estrategia es, literalmente, mirar el otro lado de la moneda. Y es que manejar proyectos es una de esas cosas que sólo aprendes a posteriori. Olvídate de todos los artículos interesantes que te pueden dar una idea, tienes que vivirlo. No hay de otra.

Al terminar la semana, varios problemas se fueron resolviendo, con una combinación de maña y magia. Debo confesar que ambas pueden llegar a ser herramientas efectivas para uso constante. Para mí es importante desarrollar métodos a los cuáles aferrarse, pero hay veces que hay que darse la oportunidad de improvisar, de meter la pata, el codo y la cabeza hasta el fondo, y fallar. Hoy puedo decir que estoy muy orgullosa de mis errores en el corto tiempo que llevo trabajando en este nuevo rol, porque me han dado lecciones muy valiosas.

Pensé abundar de ellas en este post, pero voy a mantener el son del título que lo enmarca. Les cuento sobre ellas luego, en la marcha.

Anécdotas

Independent researcher

Independent Researcher FTW

Acabo de descubrir este website, bajando un artículo sobre Design Thinking. ¡Éxito total! 😀

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¿Cómo salvar nuestra historia?

Para tratar de estar un poco en el loop, estoy suscrita a varias listas de correo relacionadas a los temas que me interesan y aplican tanto a mi práctica profesional puntual como a mis intentos de entrar nuevamente al mundo académico. Una de esas listas publicó una entrada que me llamó mucho la atención. Al parecer, se está tratando de cerrar el archivo de Diseño Industrial de Alemania Oriental, localizada en Berlín, y la Sociedad de Historia de Diseño (GfDg) está haciendo un gran esfuerzo para evitarlo. Además de expresar su sentir públicamente en la página web de la organización, el mensaje se difundió en la lista de correo mencionada anteriormente, en la cual están suscritos diseñadores, profesores e investigadores de diseño alrededor del mundo. Las respuestas en apoyo al pedido de la organización fueron inmediatas, y no es para menos.

A mí la historia me suena demasiado conocida. La fascinación de los gobiernos por borrar ciertas partes de la historia de sus países es espeluznante. Recuerdo que un amigo estuvo haciendo un internado en la Oficina Estatal de Conservación Histórica y me comentó de cómo había material del siglo 19 guardado en bolsas plásticas. Para la huelga general de la Universidad de Puerto Rico en contra de la cuota de $800, recuerdo que en algún momento no había luz en el Recinto de Río Piedras -decían que la Policía había tumbado la electricidad para que los estudiantes que estaban acampando ahí se vieran en condiciones lo suficientemente precarias para irse- lo que podría afectar la colección de libros raros de la Colección Puertorriqueña del Sistema de Bibliotecas, además de afectar obras del Museo de Historia, Antropología y Arte del Recinto de Río Piedras. También recuerdo haber estado en una mesa redonda en la cual habían diseñadores que trabajaron en el Concilio de Diseño, comentando de cómo tuvieron que botar muchos de sus archivos cuando cerró el mismo. Contaban jocosamente, pero con mucha pena, cómo mucho del material era llevado a un “archivo circular”, que no era más que otra manera de decir que iba directamente a la basura.

Mi reacción ha sido una mezcla de asombro, coraje e impotencia. Sin embargo, luego de analizar el panorama más a fondo, puedo comprender que la conservación de la cultura en Puerto Rico ha sido un proyecto casi fallido. El ‘casi’ hay que destacarlo, porque estoy más que consciente de los intentos individuales y cuasicolectivos para salvar objetos, documentos, entre otros. Sin embargo, me parece que los esfuerzos han sido desorganizados, espontáneos, faltos de estrategia y proyección a largo plazo. Obviamente, el hecho de que el gobierno del país quiera eliminar la cultura por completo no ayuda. Para una nación sin estado, que aún carga con un gran bagaje colonial y opresivo, el reto es titánico, más sin embargo, no imposible. Creo que podemos abordar este problema si nos unimos y nos organizamos, tal como lo ha hecho la Sociedad de Historia de Diseño. Es cierto que vivimos en la periferia, pero eso no nos imposibilita el actuar con este tipo de situaciones. Hay que hacer algo para que podamos salvaguardar lo poco de historia cultural que nos queda. ¿Quién se apunta?