Hoy se celebra un referéndum en mi país, Puerto Rico. El mismo cubre dos aspectos que van a marcar radicalmente la vida tal como la conocemos. Cito al reglamento de la Comisión Estatal de Elecciones:
El domingo, 19 de agosto de 2012, se efectuará un Referéndum con dos
consultas. En la primera se someterá a votación del pueblo de Puerto
Rico una propuesta de enmienda a las Secciones 2, 3 y 7 del Artículo III
de la Constitución del Estado Libre Asociado de Puerto Rico, a los fines
de reducir el número de legisladores en la Asamblea Legislativa. En la
segunda se someterá a votación la propuesta de enmienda a la Sección
11 del Artículo II de la Constitución de Puerto Rico, a los fines de
otorgarles discreción a los jueces para conceder o denegar el derecho a
permanecer en libertad bajo fianza a los acusados de cometer ciertas
modalidades de asesinato.
Apenas recuerdo el último referéndum al que le presté atención. Ya que trato de no pecar de ser ignorante, y teniendo los recursos inmediatos para refrescarme la memoria, he encontrado enlaces e información sobre el referéndum del 1994. He descubierto (en mi ignorancia) que era demasiado parecido al que se está dando hoy. Para ese tiempo, yo no tenía la edad suficiente para votar. Realmente no lo recuerdo bien. Creo que el primer proceso político que recuerdo claramente fue el plebiscito del 1998. Me imagino que será porque, siendo adolescente, tenía un poco más de consciencia sobre la mezcolanza que fácilmente describe la política puertorriqueña. Poco después, en el 2000, tengo un vago recuerdo de haber sacado mi tarjeta electoral en la escuela superior, sólo por el hecho de que estaban demasiado accesibles en la biblioteca, y cogerse un break de alguna de las ocho clases diarias nunca estaba de más.
Yo nunca he creído en ejercer el voto en una colonia, o fascímiles razonables. Es por esto que nunca usé mi tarjeta electoral. Recuerdo habérsela regalado a una amiga; ella me la pidió (al parecer le gustaba coleccionar identificaciones, quién sabe para qué) y yo se la di. No tengo reparos en decir que se la di porque pensé que nunca la iba a tener que usar.
Doce años después del break de la biblioteca, me veo en la necesidad de haber activado mi tarjeta antes del 30 de junio del presente año para poder votar hoy. Mi tarjeta lleva inactiva desde el 2004, según me comentaron en la Comisión cuando llamé esta semana para ver si de casualidad tenía un chance de votar, así, tardísimo, como estamos acostumbrados a hacer las cosas aquí. Esta vez no tuve break. No puedo votar.
Sí, estoy consciente de la propaganda, las noticias, los status de mis amigos en las redes sociales… Todo eso me hizo ruido, pero un poco tarde. Me pregunto si el ruido hecho fue suficiente, si el diseño de la propaganda fue efectivo, tanto de un lado como de otro, si las instrucciones para activar las tarjetas a tiempo estaban lo suficientemente claras, si los billboards llamaron la atención de la mayor cantidad de gente posible, si cubrieron los targets deseados… A mí no llegaron.
Quiero aclarar que no soy apática ni hedonista; sí me importa el país, sí me importa tener derecho a fianza de ser acusada de un delito, me parece que reducir la cantidad de escaños en la Legislatura no es, a la larga, la mejor decisión. Aunque no crea en el sistema político, vivo en el país, y estas decisiones me afectan directa e indirectamente. Así que quisiera poder atar los cabos sueltos; quisiera instar a todos aquellos que sí tienen break de votar, a hacerlo. También quisiera darle una recomendación a la Comisión Estatal de Elecciones: nos deben dar más break. Si tuviera la oportunidad de votar hoy, lo haría, pero sé que si me meto allí a tratar de votar como Juana por mi casa, me van a arrestar, y quién sabe si luego tenga derecho a fianza.