Por cada pensamiento que expreso, sea hablado o escrito, tengo al menos treinta más en la cabeza. Los trato de ignorar, pero es prácticamente imposible. Recientemente, he estado reflexionando mucho sobre mi nuevo rol profesional, en el cual admito tengo muy poca experiencia, pero estoy aprendiendo con gran intensidad y entusiasmo. El ritmo que he adoptado en las últimas semanas me ha hecho tener que asumir el rol “a rajatablas”, y es hoy que me doy cuenta que estar listo es una ilusión muy equívoca. Yo tenía una idea de lo que implicaba tener que resolver problemas, al menos como diseñadora, lo tenía dominado hasta cierto punto. Ciertamente, este mes me ha tomado desprevenida. Trabajar de cerca con la estrategia es, literalmente, mirar el otro lado de la moneda. Y es que manejar proyectos es una de esas cosas que sólo aprendes a posteriori. Olvídate de todos los artículos interesantes que te pueden dar una idea, tienes que vivirlo. No hay de otra.
Al terminar la semana, varios problemas se fueron resolviendo, con una combinación de maña y magia. Debo confesar que ambas pueden llegar a ser herramientas efectivas para uso constante. Para mí es importante desarrollar métodos a los cuáles aferrarse, pero hay veces que hay que darse la oportunidad de improvisar, de meter la pata, el codo y la cabeza hasta el fondo, y fallar. Hoy puedo decir que estoy muy orgullosa de mis errores en el corto tiempo que llevo trabajando en este nuevo rol, porque me han dado lecciones muy valiosas.
Pensé abundar de ellas en este post, pero voy a mantener el son del título que lo enmarca. Les cuento sobre ellas luego, en la marcha.