En mi trabajo actual, tuve la oportunidad de supervisar a una muchacha que hizo internado en diseño con la unidad en la que trabajaba. Estuvo seis meses trabajando con nosotros. Yo no la conocía antes de esto, pero uno de mis profesores en el bachillerato me la había recomendado, ya que está a punto de graduarse de la Escuela de Artes Plásticas. Cuando mi jefa y yo la entrevistamos, sabíamos que iba a ser un buen asset al equipo, y que iba a aprender mucho. Al principio, se me hizo difícil (en parte porque no estaba tan claro que la supervisión la haría yo tan directamente, y en otra parte por mi inexperiencia manejando otra gente) identificar la mejor manera de enseñarle y de hacerla ver sus errores en una forma constructiva, pero rápidamente me acordé de mi propia experiencia con varias personas que han sido mis mentores a lo largo de mi carrera académica y profesional. Es entonces cuando pude adoptar técnicas que aplicaron conmigo y aplicarlas hacia ella, lo que resultó, en mi opinión, en una experiencia muy enriquecedora para todas las partes.
Tuve la oportunidad de compartir con ella ayer, ya que está trabajando como diseñadora freelance en un proyecto, y necesitaba feedback del equipo de diseño sobre lo que había presentado. Pude observar claramente su crecimiento como diseñadora, pero también pude ver todo lo que le falta por aprender. Nos estuvo contando a mi jefe y a mí sobre situaciones por las que está pasando siendo novata en el mundo de ser freelance en Puerto Rico. Él y yo le dimos varios consejos sobre lo que debía hacer, pero la verdad es que lo que quería hacer en el momento era poder irme a almorzar con ella y aconsejarla más, ayudarla a trazar varias estrategias, saber cuál eran sus planes a corto y largo plazo, y también compartir, pues no todo puede ser seriedad. Hay que reírse de vez en cuando.
Luego, ya entrada la tarde, nos envía a mí y al equipo con el que está trabajando, unas visualizaciones para un dummy. Le hice unas observaciones y un compañero jocosamente me comentó que mi correo había sido bien maternal. Ahí es que me doy cuenta que ya yo no soy la novata, y que ya he asumido (sin internalizarlo) un rol de mentora que nadie me pidió asumir, porque eso no es algo que se pide o se planifique, eso se da.
Y es ahí también cuando me voy en un flashback al segundo semestre de mi primer año de universidad, en el que mi mentora me aconsejaba sobre la decisión de haber estudiado arte en vez de literatura comparada. También recuerdo cuando comenzaba a escribir mi tesina en el bachillerato, presentando los primeros intentos de un tema a mi otra mentora, la cual prácticamente me “lo viró” todo y me hizo citar y hacer las oraciones más concisas. A ellas y a tantos otros, ellos saben quiénes son, les quiero agradecer por haber podido tener una guía en momentos claves. Sin ellos, quizás me hubiese perdido. Y estar perdido es algo que he visto en muchas caras, unas más cercanas que otras. Es una gran lástima ver talento despilfarrado, tiempo perdido y aportaciones que nunca se materializarán por falta de mentoría. Este no es el único factor que determina estas tendencias, pero en mi opinión, es un factor más importante de lo que creemos. El maestro y al aprendiz ha sido la manera de pasar información en todos los momentos históricos posibles, para bien o para mal. La salvación no es individual. Necesitamos de otros tanto como otros nos necesitan a nosotros. Seamos generosos con nuestro conocimiento sin hacer dirigismo cultural o tratando de controlar a la otra persona. Seamos lo que nuestros mentores querían de nosotros; su competencia, sus pares, lleguemos a su nivel. Es, posiblemente, la mejor manera de agradecerles el tiempo y la fe que tuvieron en nosotros.